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La historia de Yasmín Soto, la joven atleta que corre sin zapatillas

Con 13 años, compite en pruebas de velocidad y salto en largo descalza. Dice que correr la hace olvidar de sus problemas.

Po Ezequiel Brahim

Para la reflexología, los pies, con infinidad de terminaciones nerviosas, son el espejo del cuerpo. Cada dolencia y enfermedad, para ellos, está cifrada allí abajo. Con ellos sentimos todo: el útero de mamá al patearlo, el piso del hogar en nuestros primeros pasos, la arena cuando descubrimos el mar. Los pies nos llevan, nos traen y nos comunican con la tierra. Y siempre los tenemos protegidos. Bueno, todos no.

Presidente Perón es una localidad de la provincia de Buenos Aires, a una hora de viaje desde la Capital Federal, con calles de tierra y donde los edificios sólo se ven en la televisión. En una pequeña casa, aún sin revocar, vive Yasmín Soto con sus cuatro hermanas y su mamá Gladys. Sus padres se divorciaron hace tres meses. Yasmín es atleta. Ama correr. Afirma convencida que es su terapia. «Cuando corro no pienso en nada. Me hace olvidar de todos mis problemas», dice la atleta de 13 años que entrena desde los 8.

Un año atrás, su mejor amiga clasificó para correr en Mar del Plata y Yasmín decidió prestarle sus zapatillas de atletismo. Mala idea: nunca más se las devolvió. «Yasmin es demasiado buena amiga», se lamenta Marcelo Castaño su entrenador de toda la vida.

A cualquier atleta, no tener calzado lo paralizaría. A Yasmín no. Sabe que lo último que debe hacer un corredor, es parar. Ese día y muchos más, en verdad todo el año, Yasmín salió a correr descalza. ¿No tenía miedo? ¿No se lastimó? ¿No le dio vergüenza? Su entrenador niega todas esas preguntas con la cabeza. «Nada de eso», explica. «Yasmín jamás se queja de nada. bueno, sólo de las injusticias», sostiene.

El entrenador recuerda una historia: en una competencia de salto en largo, mientras le medían el salto a otra chica rival, Yasmín fue a hablar con el juez. Protestó porque estaban midiendo mal, no de más, sino de menos. Corrigieron la medida y con esa variación Yamín perdió la prueba. No le importó. Para ella se hizo justicia.

Yasmín compitió descalza decenas de veces contra chicas con zapatillas mucho más caras que lo que podía soñarse con el raquítico presupuesto familiar. Y aún así, muchas veces, ganó. «No me da vergüenza estar descalza, sólo me pone nerviosa que me pregunten porque corro así», dice, quitándole importancia. «No me duele. Será porque antes de perder las zapatillas ya había corrido descalza otras veces», agrega. No deja de sorprender porque si le dan a elegir, Yasmín prefiere correr como Dios manda. Sin nada en los pies que la protejan. «Me siento más cómoda», afirma.

Gladys, con orgullo de madre, explica: «El atletismo también la educa». Y confiesa: «Hay veces que si la veo sin ganas de entrenar, soy la primera en darle aliento para que continúe, soy su principal hincha».

Hace unas semanas, su caso llegó a los oídos de quienes comandan la marca de ropa deportiva Fila. Su historia los conmovió. Durante una carrera en Lobos, provincia de Buenos Aires, una atleta había ganado la prueba de velocidad sin nada debajo de sus pies. Esa atleta era Yasmín. Y decidieron enviarle a su casa un equipo completo de prendas, calzado incluido.

Con tres hermanas mayores, inevitablemente Yasmín recibía siempre prendas usadas. Para su sorpresa, acostumbrada a recibir ropa usada, Yasmín dio dos vueltas a la pista de su ciudad con ropa deportiva a estrenar. «Nunca estuve vestida con toda ropa nueva», confesó con una sonrisa serena.

Al regresar a su casa, tan rápida como en la pista, se escabulló hacia su cuarto. En realidad, en el que comparte con sus cuatro hermanas. Allí adentro, prolijamente, dobló la indumentaria nueva y la guardó en sus bolsas originales. Tal vez habrá pensado que así van a durar más.

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Fuente: La Nación