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Los abuelos deportistas llevan a revisar el inicio de la vejez

Son mentes jóvenes en cuerpos que ya no lo son, aunque gozan de un estado atlético que muchos de 30 y 40 envidiarían.

Mientras la ciencia debate en qué momento del calendario biológico y vital la adultez languidece y sobreviene ese mote incómodo (y para muchos estigmatizante) de «adultos mayores», los especialistas propugnan la adopción del término «cuarta edad» para designar a los que superan los 80 años, etapa donde hoy comenzaría la vejez.

La proposición de «cuarta edad» tiene su lógica por efecto de la longevidad y la esperanza de vida, de los cambios sociales y, especialmente, por el corrimiento de los 65 años como la antigua fecha de inicio de la vejez o tercera edad. En la Argentina, los mayores de 60 años son más de 5, 7 millones de personas y representan el 14% de la población.

Pero el dilema para demógrafos, sociólogos y gerontólogos no se ciñe sólo a las coordenadas de la ancianidad. Abarca una discusión mayor, en la que los sexagenarios son el centro de las cavilaciones. Esa franja etaria desconcierta y tiene hoy una difícil categorización. Especialmente por la porción creciente de adultos vitales, de clases media y alta, que en su séptima década se jactan de un excelente estado físico y mental. Son en su mayoría abuelos deportistas, hiperactivos y actualizados.

Independientes, viajeros, estetas y jóvenes de espíritu, emancipados de prejuicios, son hacedores de su propio destino con un encomiable libre albedrío.

A fuerza de experiencias capitalizadas, años de análisis y ansias de superación práctica y emocional, los guían el optimismo y una visión positiva sobre el paso del tiempo, en la que se incluyen los fracasos como forma de aprendizaje. Frente a esos dolores, reflexionan, aprenden, elaboran duelos más cortos y pasan a otra cosa. No hay tiempo que perder, pero sí mucho por vivir y redescubrir, parecieran decir con su actitud. En síntesis, son mentes jóvenes en cuerpos que ya no lo son, aunque gozan de un estado atlético que muchos de 30 y 40 envidiarían.

Con su saber emocional y su economía resuelta, también sacan ventajas sustanciales frente a otras generaciones más jóvenes. En su mayoría no se jubilan y continúan trabajando en aquello que alguna vez eligieron por vocación. Todos sin excepción renuncian a ser llamados sexagenarios. Identifican en esa etiqueta una connotación negativa y desactualizada y buscan una nueva nomenclatura capaz de definirlos.

Las voces anónimas en las redes sociales ya los bautizaron. Los llaman «sexalescentes», en alusión a un nuevo tipo de despertar sexual. Una nueva adolescencia para un erotismo renovado, en la que la irrupción del sildenafil (Viagra) pero también el yoga y los deportes ayudan.

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Diversos estudios han dado cuenta de esta «novedad demográfica»: uno reciente del Pew Research Center, de los Estados Unidos, arrojó que en ese país el 79% de los encuestados de entre 60 y 74 años ubicó la vejez después de los 85 años.

¿La razón? Ellos mismos afirmaron sentirse todavía jóvenes y así lo proyectaban. En el estudio, casi la mitad de los participantes de 60 años aseguró sentirse al menos 10 años más joven que su edad biológica, mientras que entre los 65 y los 74 años, un tercio dijo sentirse entre 10 y 19 años más joven que en su edad real. ¿Rapto de optimismo o un indicio de que habría que repensar las propias creencias respecto de la edad vital?

Claudia Schnaider, empresaria porteña de 62 años, madre de tres hijas de 39, 35 y 21 años y abuela, luce su cabellera lacia y retinta hasta la cintura, tiene un estado físico encomiable, juega al tenis, hace yoga iyengar y baila tango cuatro veces por semana, viaja con frecuencia a México y a San Pablo para visitar a sus hijas y nietos, y conduce con éxito (junto con su segundo ex marido) su empresa deportiva. Años atrás, estudió diseño interior, luego se recibió de chef, abrió su negocio de comida saludable, Paia, en el gimnasio Ocampo Wellness Club, y cuando se divorció por segunda vez, se refugió en el estudio de la Kabbalah. Si bien como muchos de sus coetáneos, tanto hombres como mujeres, jamás dice su edad, aceptó que se revelara en esta nota.

«No la digo porque hay una histeria colectiva respecto de la mujer de 60 años en adelante, que parte de una cultura decadente, con valores muy pobres, que interpreta, sin saber, que a esa edad una no pueda ser vital, enérgica, estar y sentirse plena y bien. Es como si la energía fuera sólo potestad de la juventud, cuando en realidad es también un estado del espíritu», dice. Y concede que se ha sentido estigmatizada al decir su edad por «la ignorancia y el temor generalizado de la sociedad a envejecer».

Aunque hace meses comenzó a salir con un abogado de su misma edad, Schnaider admite que entre sus amistades elige relacionarse con gente más joven, de entre 45 y 55 años. «No me identifico con la gente de mi edad. Soy hiperactiva culturalmente, tengo avidez por las nuevas vivencias y soy optimista. Y, la verdad, es difícil encontrar a alguien así de mi edad. Aunque si bien es cierto que cada vez somos más las personas saludables, curiosas y activas, no tengo en mi entorno cercano nadie así», se lamenta. Cuando se le pregunta sobre la clave para mantener la «juventud espiritual», dice: «Todos tenemos la capacidad para reinventar nuestra vida y yo estoy en eso permanentemente. No digo que no cueste esfuerzo, pero a esta altura uno ya conoce todos los riegos y los pondera. Y cuando algo no sale bien, toma nota y a otra cosa».

Luego, a modo de decálogo, enumera otras claves más íntimas y en su caso, dice, muy efectivas: «Ser optimista y agradecida; cuidarse tanto física como mentalmente, tener una alimentación consciente y un buen terapeuta, realizar mucha actividad física, nutrirse de cultura, tener amplitud de criterio, desestructurarse, abrir el corazón y brindar mucho amor».

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Etapas que se alargan

«Al extenderse la vida, todas las etapas vitales también se alargan y cambian los comportamientos. Y los de 60, Viagra y gym mediante, hoy se asemejan más a la gente de 40 en sus comportamientos que a sus madres a esa edad. Ese grupo va claramente in crescendo», apunta la doctora en psicología Mirta Cohen, especialista en adultos mayores. Según cuenta Cohen, la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) elevó al Congreso una propuesta para extender a 68 años para las mujeres y a 70 para los hombres la edad jubilatoria.

«Hoy existe una discriminación al revés, por parte de los jóvenes que buscan su lugar en el mercado laboral y en la sociedad. Pero nosotros creemos que cuanto más tarde sea obligada la gente a jubilarse, mayor salud mental habrá en esa franja, ya que cuando uno se retira, aumentan las depresiones. Esto sucede por quedarse fuera de la red social», explica.

«En líneas generales -agrega Cohen-, la vejez comienza cuando decae el deseo, fallan las fuerzas y se pierde el sentido de la vida. Y eso pude pasar a cualquier edad. Aunque lamento ser cruel, no es cierto que a los 60 sobrevenga un renacimiento sexual. Las hormonas trabajan mucho menos», corrige.

El sexólogo Adrián Sapetti, autor del libro Sexo: Un camino hacia el placer compartido (Ediciones Lea), también desmitifica esa creencia, surgida de las propias voces de esa generación: «No se puede afirmar que a partir de los 60 haya un renacimiento sexual, sino más bien una manera diferente de vivir la sexualidad: el varón tardará más tiempo en lograr la erección y la mujer posiblemente presente un deseo sexual hipoactivo. Pero ambos redescubrirán sus zonas erógenas y encontrarán una manera más tranquila de hacer el amor. Se supone que uno llega a esa edad conociendo cuáles son sus limitaciones, pero también sus potencialidades. Pueden pedir por lo que les gusta y orientar cómo deben ser estimulados. Es el encuentro con un nuevo erotismo», explica.

«Al negar los aspectos vitales de la gente de 60, lo que el conjunto de la sociedad hace en realidad es desechar la idea de cambio y de adaptabilidad. Cada etapa trae lo suyo y desestimar la autonomía o el aporte de la experiencia, como algo secundario o superfluo, termina siendo bastante suicida», opina el filósofo Miguel Álvarez Giesso.

En Diario de la guerra del cerdo, Adolfo Bioy Casares llevó el enfrentamiento entre la juventud y la vejez al extremo. Planteó una guerra juvenil de caza de ancianos. Bioy, que despreciaba la vejez, atribuyó a los jóvenes en ese relato una violencia irracional, incapaz de descifrar el motivo que los urgía a perseguir a los mayores. Sin embargo, sembró indicios al escribir: «En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser». Y ahondó: «A través de esta guerra [los jóvenes] entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven».

Tanto Cohen como Álvarez Giesso citaron a Bioy justamente para explicar los temores que la vejez produce en la sociedad junto con el desafío -y el esfuerzo y dinero- que conlleva llegar plenos, vitales, satisfechos y felices pasado el umbral los 60. Sean estos sexalescentes, como se autodenominan en las redes sociales, o adultos mayores, miembros plenos de la tercera edad o integrantes de una nueva casta que pondere y actualice el renovado combo de salud, vitalidad y deseo pasados los 60.

Como dice Schnaider, «los años vividos no dejan de ser un gran privilegio».

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Fuente: La Nación