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Practicar roller derby, un deporte de contacto importado de EE.UU, en Argentina

Todos coinciden en que el Roller Derby le da la bienvenida a cualquiera que esté dispuesto a entrenarse sin importar experiencia previa ni estatura ni peso y mucho menos, gustos y preferencias.

Diez chicas lookeadas con casco, rodilleras y coderas, tatuajes varios y cabellos multicolores corren en sentido inverso a las agujas del reloj. Quizás la adrenalina de ir arriba de ocho ruedas o el mismo hecho de ir en contra de la corriente, las hace más libres y poderosas. “¡Yo estoy al derecho! ¡Dado vuelta estás vos!”, podría gritar cualquiera de ellas, como Luca en el “Cieguito volador”, mientras lucen fanáticas practicando roller derby, deporte amateur importado de EE.UU.

Alrededor de la pista ovalada la gente grita fervorosa, da indicaciones, va por otra cerveza y vuelve a gritar. “¡Arriba negra, arriba negra!”, lanza el alarido una chica de gorrita y pelos azules sentada a un costado, ahora como espectadora, más tarde en el combate. El sonido se hace ensordecedor sumando la música ambiental y un locutor que le agrega pimienta a lo que se ve. Es domingo y hay partidos oficiales de las ligas femeninas debajo de la autopista de la avenida Boedo: arriba los autos toman velocidad, abajo las chicas aceleran el pulso.

En el país la moda comenzó hace seis años, casi cuando se estrenó la película “Whip It” (sería algo así como un latigazo, lo que las jugadoras hacen con la mano para darle más velocidad a su compañera más hábil), con la dirección y actuación de la actriz Drew Barrymore. “Tienes que dejar de imponer tu idea psicótica de la femineidad de los años ‘50”, había dicho la adolescente protagónica a su indignada mamá, horrorizada de no ver en ella una profesional universitaria. De alguna forma, muchas chicas argentinas llegaron a esta actividad buscando quizás un grupo de pertenencia, un objetivo de vida más inclusivo y lo encuentran en este deporte. Muchas chicas que dudan de su sexualidad o bien que buscan cómo encaminar el rumbo con su identidad, sienten que esta actividad es un buen refugio. Pero la diversidad habla también de gente excluida por otros motivos: sociales, físicos, entre otros.

En la cancha ahora están las Sea Monsters frente a las Go West, primer partido de los tres que habrá durante toda la tarde. Actualmente hay tres ligas importantes femeninas (Buenos Aires Roller Derby, Sailor y 2×4) y en todo el país ya son casi cincuenta equipos, contando a unos pocos masculinos. Deporte de contacto, se juega en patines de dos ejes, como los artísticos, y el encuentro se divide en dos tiempos de 30 minutos con dos equipos de hasta catorce integrantes (la formación titular es de cinco por cada equipo). Las jugadoras deben impedir u obstaculizar el paso de la Jammer, una especie de “Messi”, que será quien convertirá puntos en tanto no la traben. Algunas dicen que en el país la número diez es Macarena Papalardo, cuyo “derby name” es Makilombera de la Liga 2×4 y que más tarde seguramente llegará para ver el último partido, dicen, anuncian por lo bajo.

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Algunas venden sándwiches, empanadas dulces y saladas, pasta frola y remeras de las Sailor City y de la Selección Argentina de Roller Derby Masculino. Todo será para recaudar fondos para los próximos mundiales o torneos en el exterior. Emulando al film citado inspirador, donde había mucho Ramones, chicas rudas y pelos coloreados, aquí habrá todo eso aunque, en verdad, no se permiten los codazos en cancha y es más fácil ver el abrazo entre los integrantes de dos equipos que la rivalidad y las peleas al final del encuentro.

Ese amor, a pesar de todo, tal vez sea el punto que acerque a chicas que no encuentran “su lugar en el mundo”. Todos coinciden en que el Roller Derby le da la bienvenida a cualquiera que esté dispuesto a entrenarse sin importar experiencia previa ni estatura ni peso y mucho menos, gustos y preferencias. María Zancolli, más conocida como “Ladrillo”, tiene 30 años, juega en Cougar Roller y sonriente espera atenta al segundo partido que está por comenzar entre Tsunami Bombs y Wonderclan BNA. Al lado está su compañera de equipo y de vida, Camila Besnard, alias “Camola”, de 21. María contará que antes de llegar al Roller había estado de novia seis años con un chico pero hace tres que sale con Camila y ya conviven. “En el fondo sabía que me gustaban las chicas pero cuando empecé a entrenar vi todo más de cerca”, dice Ladrillo, que es tatuadora y hace arte de dibujitos animados. Camola, de profesión peluquera, asiente y señala: “En el roller derby al ser más alternativo, hay más inclusión”. Otras chicas y chicos aparecen, saludan, sonríen, gritan y palpitan los partidos.

Mientras en la cancha principal sigue el segundo partido, en un anexo que hace las veces de cancha de fútbol cinco, elongan las All Star, que jugarán el cotejo final y hacen un entrenamiento en calor bastante exigente. “Nos suelen tildar de chicas rebeldes y rudas pero no sé si hay algo de `girl power´, pero sí de unión –cuenta Julia “Machete” Machado veinteañera de las Mambas Negras Roller Derby. Todas nos tomamos muy en serio el derecho de la mujer, el respeto y la igualdad”. Al lado Cynthia Tato Jardón, “Cortamambo”, misma generación y equipo interrumpe: “Yo crecí sintiéndome muy insegura con mi cuerpo y mis capacidades y acá descubrí que podía hacer las cosas que me proponía, que mi cuerpo no era una desventaja en lo absoluto y me acepté como soy”. María Violeta Montenegro, la “Umma Turra”, que no devela su edad pero es una de las más experimentadas, me señala a las chicas del partido: “¿Ves? En tu equipo tenés zarpados lazos de hermandad y amistad, estamos siempre juntas. Esto es parte del empoderamiento de la mujer”.

Historias inclusivas sobran. Alguien que vende las “birras” del domingo aporta que gente con capacidades diferentes como una chica sorda, juega y cuenta con el apoyo de todos y de los referís a la hora de jugar. “Conozco personas que practican el deporte y pasaron por la cárcel, rehabilitaciones o tuvieron abandono familiar”, agrega y prefiere el anonimato una del puesto de comidas y bebidas, con su gorrita puesta al revés, varios aritos y unos cuantos tatuajes a la vista. “Mucha gente encontró la posibilidad de abrirse en su orientación sexual –admite el otro Maradona, pero del Roller Derby masculino, Gonzalo “Pibe” Salazar, de 23 años y consagrado en el último Mundial en Inglaterra como el mejor Jammer del mundo. Por suerte yo me liberé a los 13 pero mientras en el hockey no encontré el mejor espacio acá descubrí al amor de mi vida”. Acto seguido lleva a este cronista al lugar donde se encuentra su novio, Facundo “Cacu”, otro habilidoso que juega en el mismo equipo que él, ThunderQuads.

Muy cerca de ahí, atento a lo que pasa en el partido, Yago Stecher, 32 años, manager de la Selección Femenina y casado con una jugadora que está en cancha, sostiene: “Es un ambiente muy cómodo, en el universo en el que nos manejamos hay más alternativa sexual que la que podrás encontrar ahora en la calle. Es un refugio para cierto tipo de grupos que afuera se tienen que comportar de otra manera”.

En este aire renovador de chicas y chicos desinhibidos vale recordar que las Sailor trajeron varias veces a la jugadora norteamericana trans Vanesa Sites o más conocida como V, para instruir a las chicas del equipo y conocer más sobre tácticas y estrategias. Y así como en el Primer Mundo las jugadoras rompe corazones, pareja en la vida cotidiana, son Bonie Thunders y Danielle Flowers, aquí muchos recuerdan a las Chancleta y Manija, que jugaban en Mambas Negras y que la rompían en cada partido.

En el último Mundial en EE.UU tomaron la decisión de irse a vivir a Irlanda, se casaron el año pasado y hoy son de las mejores jugadores del Dublin Roller Derby. Mientras tanto, debajo de la autopista, la noche se avecina y las Sailor City Rollers están ganando cómodamente a un combinado de las BARD. “!Ese culo es mortal, te aniquila la gamba!”, grita una de calzas coloridas, sobre una jugadora que mueve con frenesí sus caderas. Su voz ahora se acalla, me observa, ríe cómplice y vuelve a gritar alguna otra frase de rigor, no importa cuál. NR

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Fuente: Clarín