Connect with us

Actualidad

De Formosa a la Capital: la historia de Estefania Palomar, la delantera de Boca que a los 16 años cumple su sueño

El despertador ya sonó y el colegio espera. Estefi se cambia, se pone el guardapolvos, agarra la mochila y, antes de salir de casa, se lleva la pelota porque si se la olvida en el recreo no tendrá con qué jugar. Pero ese día sus compañeros le darán otra muestra de que el fútbol todavía no es un deporte de nenas: Estefi volverá a casa con la pelota pinchada.

Pasaron nueve años de aquel día. Es 7 de enero de 2019 en Formosa. Estefanía Palomar se levanta sabiendo que su cumpleaños número 16 marcará el final de su estadía en la casa familiar. Así lo había decidido y también lo habían aceptado papá Juan Ángel y mamá Natalia, cuando los sentó a la mesa de la cocina para contarles su deseo de mudarse a Buenos Aires para jugar al fútbol.

«Hubo reunión familiar. Nos sentamos y les dije ‘cumplo 16 años y me voy, estoy en la edad de explotar futbolísticamente’. Pasaron las Fiestas, pasó mi cumpleaños y me vine. Me tiré de cabeza a la primera propuesta, que fue de Argentinos Juniors para jugar al futsal», cuenta la delantera que desde agosto cambió la cancha de parquet por la de 11 y es futbolista profesional en Boca.

Aquella propuesta de La Paternal había llegado en 2018 después del Sudamericano de futsal sub-17 que disputó con Argentina en San Juan. Lucho González, un jugador de futsal surgido en Argentinos y con paso por Boca y la Selección, le ofreció ir a Argentinos para pelear el ascenso. «En Formosa prácticamente había logrado todo. Ya no tenía más objetivos ahí», recuerda que pensó.

Al volver a Formosa, Estefi se lo contó a su papá, su gran compinche en su pasión por el fútbol, el maestro que le enseñó desde cabecear hasta patear, el que debería tener los derechos de formación si algún día alguien los reclamase. El diálogo se dio en la misma plaza del barrio donde peloteó toda su infancia. «Nos sentamos en un banco y me dijo ‘che, ya está, llegaste a tu techo, ¿no?’. Él también lo veía. Nos habíamos preparado para esto. Por eso, me dio una palmadita en la espalda y me dijo ‘subite al colectivo y andá’. A mi mamá sí que le costó…», evoca.

«Casi me vuelvo. No tenía dónde vivir. Cambié dos veces de casa -relata con crudeza-. Me acuerdo de que mi hermano (Lucas, de 24 años) me llamaba y me decía ‘mamá no comió, lloró todo el día, está re angustiada’. Y eso, más que mi situación, era lo que peor me ponía. Yo me angustiaba porque ellos se angustiaban. Pero para mí era un fracaso volver atrás. Lo hablé con mi papá y le dije ‘no voy a volver, sacátelo de la cabeza, si querés vení vos acá conmigo'».

Ni papá viajó, ni mamá protestó. Esperaron con paciencia el guiño del destino, que puso en el camino de la delantera la casa de Estela y el Chino, la pareja de sexagenarios uruguayos con los que vive en La Paternal desde hace nueve meses y que la adoptaron como a una hija en un nido vacío. «Tienen hijos grandes y se re encariñaron conmigo y yo con ellos», explica Estefi. Antes, apenas llegó a la gran capital, dormía en un sillón en la casa de la madre de González, quien fue su nexo para llegar a Boca por su amistad con Christian Meloni, el DT xeneize.

La aparición de Boca en septiembre no cambió su hogar: eligió quedarse en esa casa de La Paternal, donde aporta algo de dinero aunque no se lo pidan. «Siento que me adoptaron, ellos no me piden nada pero yo les doy como un viático aunque en la casa casi no estoy», remarca. Es que además de futbolista profesional, la Torre -como la apodan a esta formoseña de 1,74 metros- es estudiante de cuarto año en el Liceo 12 de Caballito.

Su rutina es intensa. Se levanta a las 6.30, desayuna y a las 7 se toma el colectivo hacia Caballito. Durante cinco horas deja la pelota de lado, aunque no siempre. «El otro día estábamos hablando de Freud en Psicología y la profesora me preguntó ‘¿Cuándo juegan? Decime que vivo cerca’. Y al Superclásico fueron todas mis compañeras», cuenta y se le dibuja una sonrisa.

«Cuando salgo me tomo el 53 hasta La Boca. Es un paseo en el campo ese viaje. A veces les pido a las chicas que me guarden comida del comedor, porque un minuto que espero el colectivo y no viene es no llegar al almuerzo», dice entre risas. «Pero -sigue- me gusta ir al colegio porque me hace sentir como una persona más».

Ya se acostumbró a que Buenos Aires no sea como Formosa, donde «llegás a cualquier lado en 10 minutos». El viaje de vuelta desde La Boca a La Paternal después de entrenarse, por ejemplo, puede durar dos horas, que las usa para estudiar. Las aplicaciones en el celular y el contacto por Whatsapp constante con su papá la ayudan a llegar a cualquier lado, como a la redacción de Clarín.

Además de las dos horas de entrenamiento diarias, una nutricionista monitorea la alimentación de las jugadoras de Boca: «Te controla todo el tiempo. Le tenés que pasar fotos de la porción que te hacés en el comedor y te da la vianda para la cena». El fin de semana, siempre que la programación de la AFA así lo designe, llega el momento más esperado de la semana: ponerse la camiseta 17 y jugar. Su primer partido fue contra El Porvenir, el 29 de septiembre. Y ya convirtió: el 6 de octubre contra Rosario Central.

«Me han dicho machona, varón sin pilín, adelfio, tenía nombre hasta de hombre, imaginate. En el colegio era llevar la pelota o no jugaba. Yo igual era bastante brava y si me decían algo contestaba… Pero este es un momento de mucho empoderamiento, la mujer está ganando su espacio en el fútbol y en la sociedad en general. Y si bien esta es una semi profesionalización, porque no todas tienen contrato, estoy segura de que con la lucha de todas vamos a lograrlo. No nos tenemos que conformar», resume. Con 16 años, sabe que su carrera recién comienza y que ninguna pelota pinchada impedirá que cumpla sus sueños. NR

Fuente consultada: Clarín