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Hogar de ilusiones

Llegan desde todo el país y se hospedan allí con el sueño de brillar en sus respectivas disciplinas. En el Cenard conviven cientos de deportistas que construyen sus carreras a pulmón. Aquí, algunos ejemplos

Hola Perla, la 101, por favor. La rubia no pasa inadvertida: está cerca de los 2 metros que en nada envidian sus compañeras, pegadas al mostrador. «Son las chicas del seleccionado argentino de voleibol, buenísimas. En verdad, todos los chicos son muy respetuosos, sanos», dice Perla Abraham, conserje desde hace diez años del hotel Pedro Quartucci, en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard).

El hotel se inauguró en 1993 y, si bien no es de lujo, ofrece el confort necesario para garantizar un buen descanso e intimidad: 94 habitaciones con baño privado, y 326 plazas distribuidas en tres niveles. Envidia de cualquier cinco estrellas, está a full casi todo el año, salvo desde fines de diciembre hasta principios de febrero cuando cierra para tareas de mantenimiento. ¿Sus huéspedes? Deportistas de elite.

Pero no hablamos de los que ganan fortunas por ser la cara visible en la publicidad de moda. Por el contrario, transitan por deportes amateurs mientras tejen historias de esfuerzo, afectos lejanos, duras jornadas de entrenamiento y, en muchos casos, de estudios.

Perla es el primer contacto para los atletas que llegan desde todos los rincones del país con sus valijas llenas de ilusión. «Las reglas son claras. Después de las 23 no se permite escuchar música alta en las habitaciones y el acceso cierra a la medianoche, sin contemplaciones. Hay que tener equilibrio: ni mucha confianza ni excesiva rigidez, así todo funciona como corresponde», asegura.

Carlos Layoy no olvida el primer día, cuando su mamá lo acompañó hasta la habitación y se despidió. Paso de los Libres, su ciudad natal, le pareció esa noche más lejana que nunca. «Tenía 16 años y siempre fui muy pegado a mi mamá», recuerda. Por entonces, apoyado por un programa nacional de desarrollo deportivo que busca talentos en el interior, cursó los dos últimos años de la secundaria en la Escuela de Educación Media Nº 3 D.E. 10, con orientación deportiva, del gobierno porteño, que también funciona en el Cenard.

«Los tutores eran como padres, te aconsejaban y seguían de cerca tu carrera deportiva. Hasta me levantaban temprano, porque el desayuno se sirve de 7 a 9 y si no estás, no desayunás», explica Carlos, de 21 años y líder del ranking nacional de salto en alto, con una marca de 2,20 metros.

Y pese al tiempo que le dedica a su carrera deportiva, no descuida su formación: al tiempo que exprime a fondo las cinco o seis horas de entrenamiento diario con la ilusión de ganarse este año un lugar en los Juegos Olímpicos de Londres, estudia Educación Física en el Instituto Superior de Educación Física Nº 1 Doctor Enrique Romero Brest.

Los becados, además del alojamiento y las comidas, tienen acceso a todas las instalaciones y los servicios médicos del Cenard. Allí alternan entrenamientos, sesiones de kinesiología, competencias en el exterior, rondas de mate, festejos de cumpleaños, alegrías por mejores marcas y lágrimas ante las lesiones.

La patinadora Andrea González le dijo adiós en diciembre de 2011 a una larga y exitosa carrera deportiva y, con eso, también al hotel. Se hospedaba allí desde mayo de 2010 tras abandonar Mar del Plata, donde vivía desde los 17 años. «Acepté el ofrecimiento de la Secretaría de Deportes de la Nación porque no tenía plata para seguir alquilando. En el Cenard me trataron muy bien, encontré la tranquilidad que necesitaba. Tenía miedo de vivir sola».

Un temor que nació en 2006, cuando tres ladrones la sorprendieron en la puerta de su casa marplatense. Se llevaron dinero y lo que más quería: el Olimpia de Oro y las medallas de los once campeonatos mundiales (sí, ¡once!), entre otros premios. Una herida que cicatrizó en 2011, en el Mundial de atletismo de Corea del Sur, donde las risas no llegaron desde lo deportivo (no tuvo una buena participación), sino desde lo emocional: le repusieron todas las medallas mundialistas.

Cuando la melancolía ofrece su peor cara, una de las opciones para los deportistas es la sala de juegos, en la planta baja: mesas de ping-pong y pool, los metegol y un plasma ofrecen una buena cuota de distracción. «Algunos llevaban películas, otros gaseosas. Pero todo pasaba por llegar primero al control remoto de la TV o a las paletas de ping-pong», recuerda con una sonrisa Andrea, que volvió a José C. Paz en donde consiguió trabajo en la colonia de deportes del municipio y en marzo empieza con la flamante escuela municipal de patín.

«Fueron muchos años de esfuerzo, de los que no me arrepiento, pero los ingresos como atleta son muy bajos. Ahora estoy viviendo con mi padre, pero todavía tengo dos sueños, que espero cumplir algún día: comprarme una casa y formar una familia».

Afectos lejanos

El movimiento en la conserjería es incesante. Ahí nomás están los lockers, las máquinas expendedoras de gaseosas, café y golosinas. Un poco más allá, el lobby con sillones y algunas computadoras que los conectan con los afectos lejanos. Los de José Ignacio Pignataro, primero del ranking nacional en los 400 metros con vallas, no están tan lejos, pero sí lo suficiente como para desechar la posibilidad de un viaje diario. «Para ir a Luján tengo dos horas y media de ida, imposible», asegura Nacho, uno de los más antiguos: llegó al hotel en febrero de 2002, a los 18 años. Su habitación es la 123, pegada a la ventana que da a la pista sintética en la que se entrena todos los días. «El primer año fue durísimo, hasta puse en duda mi continuidad en el hotel, pero enseguida batí el récord argentino y me quedé».

Nacho proviene de una familia de atletas (su padre fue campeón nacional) y aprovecha el tiempo libre para estudiar. Es profesor de Educación Física y le quedan sólo dos finales para recibirse de entrenador de Atletismo. Además, como si fuera poco, da clases en el Colegio San Lucas, en el conurbano norte. Y para cuando el físico diga basta a la alta competencia, tiene un plan: radicarse en un pueblito del interior, de esos en los que el atletismo es casi una utopía, para volver a las pistas de tierra y darles una chance a los chicos más necesitados.

Uno de sus vecinos más próximos es Héctor Campos, que llegó al hotel hace tres años, cuando una medalla de bronce en unos Juegos Panamericanos le dio el respaldo y el coraje necesario para pedirle a su confederación una plaza en el complejo. A los 23 años, este joven de 1,88 metros está entre los primeros del ranking nacional de judo, en la categoría senior. «Hoy, como 23° del ranking mundial estaría dentro de los Juegos Olímpicos. Pero aún quedan varias competencias por sumar puntos», asegura Héctor, que apuesta a obtener buenos resultados en la gira europea que culminará este mes y en los próximos Panamericanos de su especialidad para poder sacar el pasaje definitivo a las Olimpíadas de Londres.

Su padre guió sus primeros pasos en el judo, en Viedma, igual que a sus seis hermanos que integraron el Seleccionado Nacional y hoy están dedicados a sus carreras universitarias. Pero él no se queda atrás: este año se inscribió para comenzar el profesorado de Educación Física.

«No se fijen en el orden, está todo dado vuelta», se adelanta cuando invita a pasar a su cuarto, que comparte con Diego Cerega, integrante de Los Murciélagos, el Seleccionado Argentino de fútbol para ciegos, y con el gimnasta Martín Brizzi.

Sin embargo, para Héctor la vida en el hotel le trajo otra sorpresa, un amor, el de la judoca Abi Cardozo. Como casi todos, la pareja comparte interminables rondas de mate en las que siempre, en algún momento, aparecen esos sueños alimentados desde la infancia y que, a puro esfuerzo, van cobrando vida. Esos sueños de los que hay en cada habitación, en cada rincón de este hogar de ilusiones.

DEL TATAMI AL LABORATORIO

En el respaldo de la silla cuelga una campera deportiva y del perchero, un delantal blanco. Sobre el armario sobresale el lomo de un libro de biología. La habitación 120 tiene cuatro camas y luce ordenada. Es la de Abi Cardozo, que hace tres años le dijo adiós a su Santiago del Estero natal, donde empezó con el judo a los 9 años, porque el horizonte deportivo local no tenía más para ofrecerle.

Segunda en el ranking nacional en la categoría senior (52 kilos), Abi tiene 20 años y cursa el segundo año de la carrera de Bioquímica en la UBA, a la que le dedica más de seis horas diarias. «La clave es programar bien los horarios, pero el plan se complica cuando viajo al exterior. De todas formas sigo adelante, con el deporte y el estudio», asegura.

Rara vez se la ve en el Cenard con su delantal blanco, pero lo que casi nunca falta es el maletín colmado de libros, guantes y tubos de ensayo. «Siempre compartí la habitación con chicas que estudiaban. Eso ayuda mucho, porque crea un ambiente propicio. A la medianoche, como muy tarde, estamos todas durmiendo».

Campeona sudamericana y subcampeona panamericana en junior, y campeona nacional en senior (todos en 2010), Abi asocia esos logros con su nueva vida en el Cenard. «Progresé muchísimo, aunque aún tengo que mejorar la técnica. ¿Mi fuerte? La agresividad. Mi entrenador me dice que soy guapa, y es cierto», confiesa con voz suave y cara angelical, frente al enorme esquema con fórmulas y flechas que pegó en su cuarto. «Lo llamamos comúnmente araña. Son reacciones químicas y físicas -explica. Siempre pienso en mis hermanos, en mis padres. Extraño mucho. ¿Ellos? Ni te cuento. Mi mamá me sigue llamando todos los días».

UN CINCO ESTRELLAS DE ELITE

El hotel del Cenard se inauguró en 1993. Hoy tiene 94 habitaciones y 326 plazas. Cuenta con tres niveles y comodidades para deportistas con capacidades diferentes. Posee dos pistas de atletismo, cancha de hockey, canchas de tenis, polideportivo, natatorio con pileta olímpica y de clavado, gimnasios, áreas de pesas y musculación y tatamis para distintas disciplinas, más un comedor que atiende por día a unos 350 comensales. Además, allí funciona la Escuela Media N°3, con orientación deportiva..