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La luchadora que es gendarme y competirá en Londres 2012

Patricia Bermúdez será la primera argentina olímpica en esta disciplina; en una vida con necesidades, la santiagueña de 25 años fue judoca.

«¡Documentos, por favor!» Patricia Bermúdez impone su autoridad vestida de gendarme y en un pestañeo alivia el momento con una sonrisa. Su broma para abrir la entrevista es casi la síntesis de su vida: su apego a la actividad castrense y la satisfacción que le brinda el deporte. Es de esas tantas atletas anónimas de nuestro país que, de repente y con la brillantez del talento, logran algo extraordinario. Su gesta fue haber devuelto la lucha al nivel olímpico, después de la última participación de Paulo Ibire en los Juegos de Atlanta 96. Además, es la primera mujer argentina en la historia en acariciar los cinco anillos en esta disciplina.

«No caí cuando logré la clasificación para Londres en el Preolímpico de Orlando. La noche anterior no dormí, me hice una maratón de rosarios y pensaba mucho en la familia y en mi entrenador cubano, que me decía: «Tú vas a ganar, tú verás, tú verás». No me tenía esa confianza», recuerda la santiagueña, que conjuga sus entrenamientos en el Cenard con su labor administrativa en el edificio Centinela, de Gendarmería Nacional.

Una extraña mutación experimentó esta joven de 25 años. Hasta hace apenas cuatro años era una muy buena judoca, iniciada en el tatami para contrarrestar las burlas de un compañero de la escuela primaria. Tardó mucho tiempo en encariñarse con la lucha; es más: la aborrecía. «Me parecía muy poco masculino ver a los luchadores con esas mallas apretadas y esas botas», admite con gracia.

El punto de quiebre se dio en Santiago del Estero, en 2008, cuando el entrenador Benjamín Herrera la reclutó por falta de representantes femeninas en lucha. Ella se animó, ganó un selectivo y recibió la noticia de que se había clasificado para dos torneos panamericanos en Venezuela y El Salvador, además de un Preolímpico en Colorado Springs. «Ni siquiera sabía las reglas de este deporte y me llevaron igual. Obviamente no me fue bien, combatía sólo por intuición. Fui porque el viaje era gratis, pero seguía sin gustarme.»

Hubo un amargo regreso a casa. El judo, aprendido en la infancia en la academia Jigoro Kano, ya era historia. También lo era su fallida incursión en la lucha. Dio un corte por lo sano; abandonó el alto rendimiento porque debía ganarse la vida de alguna forma. En el entorno de una familia humilde, su abuela le habló a corazón abierto: «¿Te digo la verdad? No tengo para pagarte la facultad». Patricia reaccionó con un instinto de supervivencia: se buscó un trabajo de medio tiempo para costearse los estudios.

Fue instructora de defensa personal para chicos de 12 a 15 años -muchos de ellos llegaban a las clases descalzos-, pero nunca tuvo remuneración alguna, pese a las promesas. Su destino cambió mientras limpiaba en su casa en Santiago al observar el retrato de su abuelo, Pablo Bermúdez, un suboficial mayor retirado. «Entonces quise ingresar en la Gendarmería en Santiago, aunque no me aceptaron porque no daba con la altura; mido 1,50m. Pero un vecino me aconsejó que llevara mi currículum deportivo y terminaron aceptándome como una excepción.»

El curso de gendarme duró ocho meses. Era de las que habitualmente se mandaban macanas y se quedaba sin francos, castigada. Aumentó hasta los 64,50 kg, cuando su peso normal era de 50 kg. Una vez graduada, se familiarizó con el manejo de armas y los lanzagases. Formó parte del denominado Destacamento Móvil 3 contra disturbios. Realizó detenciones por posesión de armas blancas y drogas; participó en procedimientos de corte de ruta y de seguridad. Operativos tan diversos como el Dakar, el Festival de la Doma y un acto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Catamarca.

«Siempre me sentí cómoda en la carrera militar porque aprendí muchísimo. Como deportista, nunca habría imaginado vivir un vida paralela trabajando de lo que me gusta», asiente Patricia, que con el uniforme verde hace relucir las últimas medallas obtenidas.

Un comandante la alentó a volver al deporte; al tiempo que desde Buenos Aires llegó un mail porque -una vez más- escaseaban las chicas en lucha. Para no perder el vínculo con Gendarmería, finalmente fue trasladada al Edificio Centinela, instruyendo en el área deportiva. Era la manera ideal de participar de los entrenamientos en el Cenard, en donde se encontró con un personaje clave para concretar su sueño olímpico: Erik León. Fue este maestro cubano quien le detectó condiciones y rápidamente la llevó a Cuba. «Pensé que allí habría un entrenamiento, pero no, resulta que era una Copa del Mundo con 17 países. Me quería morir.»

Más allá del susto, en Cuba encontró por fin el encanto por la lucha. Casi sin darse cuenta bajó 12 kilos para competir en la categoría de 51. «Me subió mucho la autoestima cuando logré ese peso. Me ordené con las comidas y con los ejercicios y recibí un aliento permanente de Erik, que me dio esa confianza que a veces me falta.»

Su trayectoria empezó a dar sus frutos en diversas competencias sudamericanas y panamericanas. Empezó a colgarse medallas. La mala noticia fue que la categoría de 51 kg dejó de ser olímpica y ahora debía inclinar la aguja de la balanza hasta los 48. Patricia se empacó. «Que no, que no voy a viajar más -decía yo-. Y Erik me respondía: «Si quieres llegar a esto, mantente así. Pero si deseas ir a unos Juegos Olímpicos, tienes que hacer el sacrificio y bajar de peso»».

Discutieron. Se enojaron. Se pelearon. Al final, buscó lo imposible para dar con esos benditos 48 kilos. Hasta se cortó el pelo para reducir varios gramos. Lo logró, al cabo, y se encarriló definitivamente en la misión Londres. En el medio, su paso por los Panamericanos de Guadalajara, donde obtuvo la medalla de bronce, y los desgastantes clasificatorios, tensión pura para cualquier atleta.

Hoy, sigue cumpliendo con el papeleo de los asuntos internos del edificio Centinela y, a la par, vuela alto para su objetivo supremo: «Soy una persona que doy lo mejor de mí. No sé cómo, pero sé que lo doy, me entrego. Es pensar en un sueño y luchar por ello. No hay presión, sino ansias para que llegue ese momento. Estoy en un nivel en el que puedo lograr más. Por eso es que en los Juegos Olímpicos aspiro a una medalla», jura Patricia, envuelta hoy en un escenario inesperado, el ideal para el que piensa en grande.

TAMBIÉN DE AZUL Y ORO,DE CARA CON LA MEJOR

Patricia Bermúdez también representa a Boca Juniors, de larga tradición en lucha y con éxitos nacionales e internacionales. Fue tentada para sumarse al equipo xeneize por el entrenador Ramiro Maggiolo. «Fue otra de las personas que me ayudaron en el camino olímpico.»

DE CARA CON LA MEJOR

La santiagueña cayó tres veces ante la campeona olímpica, la canadiense Carol Huynh, aunque la última fue en forma ajustada, en los cuartos de final de los Panamericanos de Guadalajara 2011. «Ahí me di cuenta de que se les puede ganar a todas. Es todo cuestión de confianza y de entrenamiento.»