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Atletismo

Miriam Cao se entrena para correr en Malvinas

A las 10 de la mañana del próximo 23 de marzo, un día antes del aniversario del golpe militar de 1976, Mirian Cao estará pisando, en Malvinas, una línea de largada. Y un instante después, empezará a correr los 42 kilómetros del maratón de las islas, que arrancará en Puerto Argentino, seguirá por la ruta Bypass Road a quinientos metros de la costa, trepará el cerro Sapper Hill y regresará por el mismo camino hasta la meta final.
En realidad, no es la primera vez que Mirian se impone una meta entre ojo y ojo.
Cuando en 1982 su hermano Marcelo fue obligado por los genocidas a viajar al sur y combatir contra los ingleses en un ejército comandado por un borracho, ella juró que haría fuerza para que volviera vivo. Tenía 9 años, y un día de marzo, Marcelo llamó desde el Regimiento 1 de Patricios para decir que se iba, que lo habían convocado pero que estaría bien, porque «seguramente el lío va a durar poco tiempo». La casa de Nélida y Juan, un matrimonio con seis hijos entre los que estaba Mirian, se convirtió en un sepulcro. El ruego de aquella nena, ayudado por las lágrimas de desesperación de mamá Nélida, ayudaron, porque Marcelo efectivamente regresó, aunque «nunca fue el mismo, la muerte que vio de cerca lo marcó para siempre», dice hoy la corredora.
Cuando ya adulta le diagnosticaron cáncer de útero, otra línea que se obligó a sí misma a cruzar fue la de la cura de esa enfermendad. Le costó operaciones, un año de rehabilitación y períodos depresivos insoportables, pero también terminó ganando, y finalmente la enfermedad se fue. Hasta que el médico que la atendía, le recomendó largar adrenalina con actividad física. «La cosa era despejar la mente –dice Mirian–, ponerme desafíos, siempre pensando en mi hermano, en lo que sufrió mi familia cuando se lo llevaron a una guerra inexplicable.»
No estaba mal la idea de trotar un poco. En alguna plaza, unos metros. Al mes siguiente en un parque más grande, un poco más. Y cuando esas experiencias le empezaron a quedar chicas, intentar por el lado de los maratones.
Vinieron luego pruebas cortas en la Ciudad de Buenos Aires, y posteriormente distancias de 21 y de 42 kilómetros en varios circuitos, como el organizado por Unicef. «Si tanta gente va caminando a Luján, ¿por qué no se puede ir corriendo?», pensó un día Mirian. Hizo una promesa, y un 8 de diciembre, el Día de la Virgen, dejó atrás sesenta kilómetros y llegó a la basílica en ocho horas. Mientras, tenía la cabeza puesta en Malvinas. O mejor dicho, la idea fija.
«Ahí se me ocurrió hacer la prueba más austral del mundo –cuenta con verdadero entusiasmo–, y en todo el entrenamiento me vino la imagen de Marcelo, de los soldados que pelearon por nuestra soberanía, del frío que sufrieron esos pibes, de la manera en que lloraba mi vieja rogando verlo entero. El llamado para que se alistaran y tomaran un avión al sur fue una sorpresa para todos, nadie entendía nada, y encima estaba esa sensación desgarradora de que nunca más lo veríamos vivo. Me anoté con un objetivo: traer de vuelta en una mano las lágrimas de mamá, y en la otra la alegría que mi hermano dejó allá, como tantos que no murieron, pero son otros.»
El año pasado, Mirian hizo ese mismo recorrido en cinco horas. Terminó la competencia en el quinto lugar entre las mujeres, y en el primer puesto de las corredoras argentinas. «Esta vez será especial –agrega–, porque ya conozco el lugar, y a medida que pasa el tiempo tengo más claro que hago esto para homenajear, desde la humildad, a una generación de héroes, pero destrozada. Voy a correr por mi país, reclamando en paz lo que es nuestro, y pensando en los 649 chicos que perdieron la vida y se quedaron en el cementerio de Darwin custodiando un suelo que nos pertenece. No me importa el podio, ni ganar.»